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1.Dic.2014 / 11:46 am / Haga un comentario

moscaimperialista

Una tarde estaba viendo un avance del noticiero VTV. Salió una mujer del pueblo diciéndole al presidente Nicolás Maduro: «Esta Revolución no la tumban estos escuálidos ni con zancudos ni con mosquitos; aquí está un pueblo firme, cuente con nosotras, Presidente». Estaba comenzando la «endemia del chikungunya», que tiene el nombre como de una danza, pero hasta ahora es un virus que está debutando en nuestro país.

Conseguí la primera orientación científica en la Guía Chiku del Ministerio de Salud del Gobierno de República Dominicana: «La fiebre chikungunya es una enfermedad endémica en países del sudeste de Asia, África y Oceanía y recientemente introducida en la República Dominicana. El nombre chikungunya deriva de una palabra en makonde, grupo étnico que vive en el sudeste de Tanzania y el norte de Mozambique. Significa: ‘Aquel que se encorva'». Y sale una foto de un jodido jorobado.

Me comenzó un jueves en la tarde. Ya tenía noticias del cuadro clínico porque en mi familia de Cojedes les había dado a tod@s, pero como los cojedeños somos exagerados no les di mucho crédito: «Ese es un virus arrecho, que destruye a uno, aquí está acabando con la gente y no hay nada de remedio que beber, esas farmacias están peladas, hoy me desmayé –me dijo mi hermano–  en la tarde se desmayó la mujer mía y mi hijo anda caminando con el bastón del abuelo; ese fue el primero que cayó al suelo como una tabla».

Me parecía un cuento de Rulfo, pero la vaina era verdad. La tarde del jueves acompañé a mi hijo bordón a una práctica de futbol, estaba en las gradas de lo más divertido viendo el partido de los niños. A las cuatro tenía mis clases con l@s alumn@s de Arte de la universidad, una de ellas me llamó: «¿Profesor, vamos a tener clase?». «Claro», le respondí yo con seguridad. «Bueno, apúrese –me dijo–  porque nosotras nos vamos a comprar jabón donde el chino, que nos llamaron que llegó esta tarde».

«No señor», le respondí con tono autoritario. Cuando me llegó la hora de la clase que me paré de las gradas estaba entumecido, no podía caminar. Llamé a mis alumnas y les dije: “Muchachas, vayan a comprar el jabón que yo no voy a poder llegar». Me arrancó una fiebre arrecha, desconocida, abrasiva, no encontraba que beber, tenía por allá una pastilla de Paracetamol y me la clavé para poder dormir, no le hizo ni coquito a la fiebre.

Me fui para mi CDI, me atendieron una cubana y un venezolano, excelente médico y certero a pepa de ojo me dijo: «Compañero, tiene el virus del chikungunya y ya se comenzó a brotar». «¿Qué hago?», le pregunté. Acetaminofén, mientras tenga fiebre y loratadina cuando le empiece la piquiña, y reposo; vas a estar varios días con fiebre, hay que mantenerse hidratado».

Le pregunté a la doctora cubana cuántos días dura el virus, me respondió: «Qué te puedo decir, a mí me comenzó hace quince días y todavía lo cargo encima. Eso no le da igual a todo el mundo, quien tiene padecimientos en algún órgano, seguro que le va durar más. Mucho reposo. Y una cosa, se nos acabaron las medicinas. Busca acetaminofén en cualquier presentación, no bebas más nada».

Cuando fui a la farmacia sólo había teraforte a 100 bolívares («más nada y lléveselo porque son los últimos que quedan»). Me sentí agredido por los fabricantes de aquella fórmula y las cadenas farmacéuticas que escondieron todas las formulas reguladas de acetaminofén para aprovecharse del brote de chikú y vender sus guarapos y pastillas para curar muñecos bien caras.

La fiebre no me bajaba, segundo día y nada. Llamé a mis asesores, primero a Leo, poeta y sabio, que ya le había dado el virus. Me dijo, «Te voy a pasar unos tips en mensajes de texto»:

«Mucho reposo, cero caminadera, cero sexo, muchas frutas rojas, rábano, fresas, frutas refrescantes; cero menjurjes con alcohol, échese cremitas de carajitos cuando le pique y hágase el loco, moje un trapito con agua y se lo pasa por la cabeza, los sobacos, las  articulaciones y entienda que esa vaina no se quita por decreto».

El otro asesor, El Guerrero, economista y animero, lo que hizo fue cagarse de las risas: «¿Te dio, guebón? –me dijo–  tú me estabas jodiendo cuando me dio a mí, que eso sólo le daba a los raspacupos, a los escuálidos. Tienes que aguantar sin quejarte porque tú eres un miliciano y un líder chavista. Una cosa, me advirtió, esa vaina no se quita, si bebes cogollos de mango no bebas mucho porque tumba el miembro viril», risas y risas.

El tercer día estaba brotado, me empezó un candelorio en el cuello, un dolor en todas las articulaciones, quería ser un reptil para no caminar, pensé en la metamorfosis de Kafka, me sentía como un animal despreciable al que nadie quería ver, la gente venía a preguntar por mí desde lejitos –miedo a lo desconocido– ; yo estaba poseído por la tigritud.

El cuarto día me bebí los cogollos de mango, después de todo por qué me iba a preocupar por el miembro viril si estaba moribundo, mi órgano sexual parecía una manga de colar café de esas que tienen arriba un alambrito. Me vi en el espejo y estaba como un tomate pasado. En la tarde me dejé de vainas y mandé a Lorenzo a buscarme una ramas de mata ratón al jardín botánico, que yo mismo había sembrado en la granja –sabía que había.

Llegó con el mazo de Glicinia, que así se llama científicamente, me dijo cuando llegó: «La señora que limpia dijo que eche las hojas en un tobo, las macere, las pone una rato al sol para que le brote ese bicho de una vez. Así se hace con la lechina». Así hice, me bañé con aquella mágica mata y sentí un gran alivio. Eso sí, me quedó un violín bien arrecho que no he conseguido fórmula para quitármelo.

El quinto día me acosté en un chinchorro, como el general en su laberinto. Me estaba pegando sol y por primera vez sudé, lo que no pudo hacer el teraforte en cinco días. De todos modos me aparté del sol, no es bueno para el brote.

Al sexto día amanecí sin fiebre, decidí afeitarme y resulta que se me había desaparecido parte del cachete. Ahí si dije «esto me jodió». Tenía la carne del cachete pegada de los ganglios y aquella vaina hinchada. Las orejas moradas color de berenjena. Le declaré a la familia: «Llegó la hora de llorar, no se extrañen si reviento en llanto».

El séptimo día resucité, me afeité sin cachete, llamé uno de mis hijos y le dije: “Sácame para la calle, esta vaina no se contagia. Si voy a morir no quiero morirme enchiquerado, como dice El Camarada».

Me cargó un rato y otra vez al reposo. A mis 60 años no me había dado ni lechinas, jamás había estado de reposo absoluto, abstinencia sexual, alcohólica. De un solo coñazo me dio artritis, parotiditis, conjuntivitis, piquiña generalizada, fiebre permanente, retención de líquido. El chikú es como un nahual maligno que estremece tu cuerpo, si te agarra un órgano débil, allí se arrancha a joderte. Tenemos que hablar con l@s chaman@s para enfrentar esa entidad maligna, para conjurarla.

El octavo día amanecí sin fiebre, pero pura alegría de tísico como dicen en Las Vegas, porque tenía los pies como un jamón, hinchados, y la mano derecha blanca y regordeta. Retención de líquido. Mandé a averiguar cómo estaban mis panas chavistas del vecindario, las noticias no eran halagadoras.

A doña Lucre le había pasado, tiene 80 años y ya tenía la lavadora lista para comenzar a lavar. Confesó que estaba para el centro del país y se vino para su casa, su consuegro acababa de morir, retención de líquido de manera súbita.»¡Verga!», dije yo.

Mariu no podía caminar, en su casa había un escalón en la sala. Ella estaba sola, para llegar hasta donde estaban las medicinas debía subir aquel escalón, no podía subirlo por el dolor de las articulaciones. Ante la imposibilidad de subirlo, decidió envolverse en la cobija como un tequeño y reptó. De esa misma manera bajó.

Al sargento Chacón le dio con vómitos, rebajó cuatro kilos, me comentó que quedó como un arpa llanera con el puro cuerdero de las costillas.

A Miniño le dió chikunguya express, le comenzó la fiebre y corrió con la suerte de que tenía una caleta de acetaminofén, tuvo fiebre dos días y dolores, estaba solo en la casa como el pavo de La Rubiera, se fue para una ternera y se clavó veinte cervezas con limón, se le quitó un rato. Se vino para el bar Cantarrana, allí se clavó otra cerveza pero sin limón y el chikú lo asaltó de nuevo. En eso anda, creyendo que la cerveza con limón ataja el virus.

Los sesudos de Medicina Tropical de la UCV se pronunciaron sobre el chikungunya. Ellos creían que sólo nos iba a dar a los chavistas, dijeron lo siguiente en un comunicado: «Este virus se aloja en el hígado y es muy peligroso para quienes tienen dolencias hepáticas, quienes contraigan el virus no podrán ingerir bebidas alcohólicas durante seis meses».

«Tétrico», dijo Carlos Efe. «Púyote, eso es guerra sucia de la rectora Arocha contra Mendoza de la Polar para que no venda miche en diciembre». «Moriremos», dijo César Bernal, resignado y con los ojos brotados.

Noveno día. Me llamaron para la juramentación de los nuevos jefes de CLP del PSUV, amanecí poseído otra vez por esa entidad que se llama el chikú. No dormí casi, soñando con esa cosa que no te abandona, te camina por todo el cuerpo, te jode, te puya, te recuerda que estás jodido, en las articulaciones, en los ganglios, en las bolas, en la pata del pescuezo, te pica toda mierda, los pies se te comienzan a poner escamosos, a dormirse.

Tuve un sueño erótico. Una mujer muy bella, pero a medida que me iba acercando descubrí que era un Power Ranger azul, con la boca verde, casi sin tetas. Se montó en una moto y se fue para la mierda dejando un polvero. Me preguntaba en el sueño «¿Qué aparato es este que vino sin tetas?».

Después soñé que iba en un crucero, oí una voz que dijo bienvenidos a Nueva York. «¡Verga! –dije–  ¿quién me trajo para esta mierda?», había jurado que USA ni muerto. «No se pueden bajar porque ustedes están contaminados de enfermedades tropicales, sólo pueden ver», dijo la azafata con una voz agringada. Listo, entendí la vaina: este virus es un paquete de laboratorio gringo. Nos dijeron que venía de África, el típico discurso racista de que todo lo malo viene de África, se cura con teraforte, que lo tenían varado porque había muchas fórmulas baratas, ahora lo vendieron todo aprovechando la endemia. Después nos dan un paseo por Gringolandia desde lejos, para restregarnos su salud y su cerco sanitario racista.

Hoy por primera vez acepté hacerme un «pediquiur». No sabía qué verga era esa, me metieron las patas en una ponchera para cortarme las uñas de gavilán pollero, me echaron unas cremas y arranqué para el PSUV.

La terapia que quería hacerme con mis herman@s del PSUV fue cagante. Edgardo estaba brotado y colorado como un tomate, guapiando como siempre; Keisy tenía todavía los dedos de las manos hinchados, le dio el chikú. A Ramón se le hinchó una bola para comenzar su primer día del viacrusis; a Cachicamo le duró quince días, durante esos días, el machete ni se le movió: «Creo que asistí ya al velorio de mi falo –me dijo resignado– , tan orgulloso que me sentía de aquel animal», estaba nostálgico. A Juan se la quitaron de un solo coñazo, porque es secretario de un reumatólogo. Eudosia, tumbada desde el día de las elecciones del PSUV, «pero ganamos», me dijo.

En ese capítulo estamos. La gente de inteligencia dice que es un virus sembrado, que tienen noticias de unos camiones regando desechos putrefactos en las calles a la media noche, unos dicen que los zancudos se vinieron en las maletas de los raspacupos que andan en todo el planeta defraudando las divisas e importando mosquitos, zancudos y todo tipo de hemípteros.

Sea como sea, aquí estamos sufriendo el virus y jodiendo, celebrando, y peor para los enemigos: porque ahora entramos a la tigritud, uno se pone más arrech@s, más decidido, más antiimperialista, más chavista –que es un mecanismo defensa contra los intrusos, pitiyanquis, vendepatria. Esta revolución no se detiene con mosquitos, ni zancudos, ni aparecidos, cada día salimos más fortalecidos. Aquí no se rinde nadie. He dicho.

Nelson Montiel Acosta

 

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