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A la par que, trochas y carreteras mediante, mafias trasnacionales bachaquean nuestros productos de primera necesidad y recursos estratégicos a Colombia, recibimos una particular contraprestación con una invasión cultural de vallenatos que nos lleva a olvidarnos que somos llaneros para llamarnos “parceros” y, válgame Dios, nuestro mercado doméstico es inundado de bóxers, interiores, pantaletas, tangas, bikinis e “hilos dentales” fabricados en la otrora Nueva Granada.
En una gran mayoría las partes pudendas de nuestros compatriotas hombres y la primorosa intimidad de nuestras bellas venezolanas es resguardada por ropa interior de fabricación colombiana. Con las denominaciones versallescas y protoimperialistas de “Palacios”, “Castillos” e “Imperios” del Blúmer los almacenes crecen como la verdolaga en nuestras comarcas y expenden cual pan caliente su mercancía a falta de una oferta de fabricación nacional. Sin rubor, con orgullo, carteles en cada negocio dejan claro que venden “Ropa íntima colombiana”.
Y como para que no haya lugar a dudas en el marketing, una maquinaria publicitaria gigante y abrumadora nos trae desde las tierras de Santander a agraciadas colombianas enfundadas en tan primorosas prendas. “Bésame”, o lemas por el estilo creados por publicistas que explotan nuestros freudianos apetitos complementan una estrategia de precios que hacen sucumbir gustosos a compradores y compradoras y dejan exánime a cualquier valiente iniciativa nacional por competir en tan desigual enfrentamiento comercial.
Un pequeño porcentaje, los que más plata tienen o padecen una alienación exacerbada, dejan pegaos sus cupos en dólares para exhibir prendas de Calvin Klein, Victoria Secrets u otras al que mi rudimentario conocimiento como “fashionista” no alcanza.
Y si usted osa tratar de ubicar un interiorcito de marca y calidad nacional, una pantaletica, tanga, bikini o hilo será irremediablemente víctima de su carencia: “No hay” será la frase lacónica que recibirá el temerario comprador que demande producción nacional de calidad, buen diseño y ventajosos precios en ropa interior.
Pero no es este un artículo sobre pícara sexualidad, ni sobre moda íntima: es un artículo político, que versa, aunque no parezca, sobre las relaciones de poder.
De hecho, pocos saben o se imaginan que al adquirir una prenda íntima fabricada en los complejos fabriles de Medellín, Antioquia, pudieran estar financiando de carambola a las huestes paramilitares del “Dr. Varito”, como cariñosamente llamó Pablo Escobar Gaviria a su carnal Álvaro Uribe Vélez.
También está generando un empleo allá, en otro país, mientras dejamos pelando al trabajador nacional que quiere echar palante y tiene ganas e ideas.
Aguas arriba y aguas abajo, desde la fabricación de telas, servicios conexos, hasta el expendio e incluso exportación de ropa interior, por ejemplo, será posible si logramos un acuerdo nacional, de todos, para producir más y mejor. Porque tenemos agricultores vergatarios y tierras ricas para el cultivo de algodón de primera; industrias textiles listas para activarse, capitanes y capitanas de empresa, capital para financiar; súmele buenos diseñadores y modistas y gente buena para trabajar, con patriotismo y cariño.
Ni se diga, y no se entienda como machismo ni mercantilismo, que tenemos a las mujeres más bellas del mundo para lucir nuestra producción: nuestras pantaleticas soberanas.
Por: Pedro Gerardo Nieves